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Origen de El Círculo

Corría el año de 1984. El Ecuador vivía tiempos de cambios, y un grupo de jóvenes —movidos por sueños, ideales y razones diversas— decidió dar un paso que marcaría para siempre el rumbo de sus vidas: ingresar a las filas de la Policía Nacional del Ecuador.

Tras someterse a exigentes y selectivas pruebas de admisión, lograron superar el primer peldaño hacia la meta de portar con orgullo el uniforme policial.

El domingo 30 de septiembre de ese mismo año, más de un centenar de aspirantes a cadetes llegaron a los patios de la Escuela de Formación de Oficiales de la Policía Nacional, en la Avenida La Prensa, conocida como Rancho San Vicente.

Ese día, la emoción palpitaba en cada corazón. Sabían que comenzaba un camino arduo, de tres años de entrega y sacrificio, para alcanzar la anhelada graduación como oficiales de policía. Los nuevos aspirantes llegaban uno a uno: los varones, enfundados en elegantes ternos que, sin duda, sus padres les habían comprado con ilusión; las damas, luciendo vestidos vistosos que, junto a su juventud y belleza, anunciaban nuevos tiempos para la Institución. Traían consigo no solo el equipamiento para la larga formación, sino también sueños que aún no conocían el peso de la realidad.

Porque esa misma fecha marcó un antes y un después. Aquellos jóvenes, de entre 18 y 21 años, pronto descubrirían que la vida en la Escuela era mucho más que disciplina: era resistencia pura. En pocos días, las primeras deserciones confirmaron que no todos estaban hechos para soportar el rigor de la formación.

El día a día se convirtió en una prueba constante. Aprendieron a alejarse de sus seres queridos, a vivir bajo normas estrictas, a forjar carácter en la exigencia física y mental. Tres años que, para muchos, serían los mejores y más duros de su vida. Algunos incluso viajaron a países como Colombia, Argentina y Chile, para continuar su preparación.

La convivencia forzada entre jóvenes de todo el Ecuador fue el crisol donde se templaron amistades profundas y lazos de hermandad inquebrantables. La Promoción 49 crecía no solo en formación profesional, sino también en unidad.

Finalmente, el 30 de julio de 1987 llegó el día soñado. No todos llegaron a la meta, pero 41 cadetes desfilaron, ya como flamantes Subtenientes de Policía, ante la tribuna que albergaba al Presidente de la República y a las más altas autoridades del país. El orgullo era inmenso, pero la formación no concluía: la verdadera misión apenas comenzaba.

Los caminos de la promoción se bifurcaron. Cada oficial partió a enfrentar la vida policial, llevando consigo las lecciones aprendidas y las memorias compartidas. El tiempo siguió su curso y, años después, la vida volvió a reunirlos en la Escuela de Especialización y Perfeccionamiento de Oficiales, requisito indispensable para ascender al grado de Capitán.

El reencuentro fue un torrente de recuerdos: anécdotas, bromas, historias de guardia y castigos; algunos llegaban ya con familia formada, otros con especializaciones, con experiencias en distintas ramas y destinos a lo largo del país.

La especialización comenzó con el rigor académico que la caracterizaba: lecturas obligatorias, tareas sobre operaciones y servicios policiales, y una carga de trabajo que exigía organización en grupos. Así nacieron equipos que, casi de inmediato, adoptaron nombres pintorescos: “Los Nerds”, “Del Almuerzo”, “Muchachitos de Garrizon”, “Resto del Mundo”, “Los Fusileros” y uno que marcaría historia: El Círculo.

El nombre no fue casual. Entre las lecturas impuestas estaba La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa, que narraba la historia de un grupo de cadetes del Colegio Militar Leoncio Prado, unidos bajo el nombre de “El Círculo” para enfrentar las dificultades de la vida militar. Aquella hermandad literaria encontró eco en un grupo de oficiales que, en la realidad, vivían su propia versión de camaradería.

El Círculo ecuatoriano pronto se convirtió en la envidia de los demás grupos. Sus miembros se apoyaban sin condiciones: si uno no podía cumplir una tarea, otro lo hacía por él, siempre que no abusara de la confianza. Quien no cumplía con el espíritu del grupo era apartado, como le sucedió a un miembro inicial que, por desinterés reiterado, fue excluido en una tarea clave. Incluso el profesor se sorprendió al ver que no figuraba en ningún grupo, y solo tras un consenso unánime se permitió incluirlo por última vez.

Pero El Círculo no era solo un equipo académico. También se convirtió en una fraternidad social: reuniones, actividades deportivas, paseos y hasta la participación activa de las esposas, que por turnos preparaban el refrigerio diario para todos.

El tiempo del curso pasó, y con él creció la convicción de que aquel vínculo debía trascender las aulas. El 19 de mayo de 1997, por unanimidad, el grupo adoptó oficialmente su nombre y fecha de fundación.

Los socios fundadores fueron: Marco Arias, Carlos Cabrera, Enrique Jácome, Franklin Merlo, Rodrigo Rivadeneira y Mario Rojas. Desde entonces, El Círculo ha mantenido viva su llama, organizando encuentros y actividades que, cuando las circunstancias lo permiten, renuevan la amistad y la lealtad forjadas en aquellos días.

Porque El Círculo no es solo un nombre: es un juramento tácito, un símbolo de fraternidad que nació en la disciplina y creció en el respeto mutuo. Y mientras sus integrantes sigan recordando de dónde vienen, el espíritu de aquel grupo seguirá firme, como en 1984, marchando al unísono hacia el deber.